La Verdad del Ermitaño.

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Quienquiera que Lea ahora estos versos,
No crea que si, retirado del mundo,
Gozo los días solitarios que paso en este Lúgubre desierto,
Que un remordimiento de conciencia herida me arrojó a este lugar.

Ningún pensamiento de culpa amarga Mi Pecho.
Libremente huí de las galantes moradas;
Pues vi que en los palacios y torres, la Lujuria, con dignidad presiden.

Vi a la Humanidad encostrada de vicio,
Vi Herrumbrosa la espada del Honor,
Que a nadie conmueve sino la loca lascivia,
Que era engañado aquel que confiaba en el amor o en el amigo.
Y vine aquí, disgustado con el Hombre, a acabar mis días.
En esta cueva solitaria, vestido de harapos,
Como un enemigo de la bulliciosa locura
Y sumida mi frente en la melancolía, transcurre mi vida
Y me entrego al oficio divino, y así consumo el día.
Mas contento y alegría encuentro yo
En esta cueva, que en tiempos pasados.
En el palacio; y elevandio el pensamiento al Dios de los cielos,
Cada noche y cada mañana con voz implorante este deseo elevo yo:

Déjame, Oh Dios!, salir de esta vida
sin conocer el fuego de la culpa mundana
ni el latido compungido, ni el deseo desatado,
Y cuando muera,
Que expire con esta creencia: "Vuelvo Hacia Dios!"

Extranjero, si lleno de juventud y de exceso,
Aún no a roto el pesar tu sosiego,
Aún miraras, con ojo desdeñoso
La Oración del Ermitaño;
Pero si tienes motivo para suspirar por tu culpa o tu cuidado,
Si has conocido el enojo de un amor falso,
O vives desterrado de tu Nación,
O culpable, te asusta una culpa y por ella desfalleces,
Oh! Cuanto debes lamentar tu condición, y envidiar la mía!.


Si le fuera posible al Hombre -dijo el fraile- sumergirse en si mismo hasta el punto de vivir absolutamente de espaldas a la humana naturaleza, y no obstante pudiese conocer la serena tranquilidad que reflejan estos versos, admitirían que tal estado seria mas deseable que vivir en un mundo tan plagado de vicios y locuras. Pero jamas se da este caso. Esta inscripción fue colocada ahí como mero ornamento de la gruta, y los sentimientos y el ermitaño son igualmente Imaginarios.
El hombre ha nacido para la Sociedad. Por poco que se sienta vinculado al mundo, jamas lo puede olvidar del todo, ni soportar ser olvidado enteramente de el.

Disgustado por la culpa y la absurdidad del genero humano, el misántropo huye de el. Decide hacerse ermitaño, y se entierra en la caverna de alguna tenebrosa rosa. Mientras el odio inflama su pecho, posiblemente se sienta a gusto en su situación. Pero cuando sus pasiones comiencen a enfriarse, cuando el tiempo haya aliviado sus dolores y sanen aquellas heridas que se llevo consigo a su retiro, crees que el gozo sera su compañero?!
Al no sentirse ya sostenido por la violencia de sus pasiones, siente toda la monotonía de su forma de vida, y su corazón se hace presa del tedio y el cansancio. Mira a su alrededor, y descubre que esta solo en el Universo: el amor a la sociedad renace en su pecho, y anhela regresar al mundo que ha abandonado. La naturaleza pierde todo su encanto ante sus ojos. No tiene a nadie junto a él que le señale sus bellezas, o comparta su admiracion ante su excelencia y variedad. Apoyado en el fragmento de alguna roca, contempla la caída de la cascada con ojos ausentes, mira sin emoción el esplendor del ocaso, y regresa lentamente a su celda en el crepúsculo, pues nadie esta ansioso por su llegada. No siente placer en su comida solitaria e insulsa, se deja caer desalentado e insatisfecho en su lecho de musgo y despierta solo para pasar un día triste y tan monotomo como el anterior.

(Fragmento del Libro El Monje)

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